Ley Orgánica de Economía Circular: la ley que incomoda, reta y redefine cómo producimos y consumimos en el Ecuador.
Proponer, aprobar y aplicar una Ley Orgánica de Economía Circular no es un acto simbólico; es una declaración política sobre cómo un país decide producir, consumir y convivir con su entorno.
La Ley Orgánica de Economía Circular Inclusiva del Ecuador marca un punto de quiebre frente al modelo lineal de “extraer, usar, desechar” y propone algo más ambicioso: que los residuos dejen de ser el problema invisible y se conviertan en parte de la solución económica, social y ambiental. Uno de los mayores aciertos de esta norma es que intenta no quedarse en el discurso verde o en el greenwashing, esta ley de carácter orgánico aterriza la economía circular en obligaciones reales para el sector público, privado y la ciudadanía. Aquí no solo se habla de reciclar mejor, sino de pensar distinto desde el inicio: cómo se diseñan los productos, cuánto duran, qué pasa cuando ya no sirven y quién se hace responsable de ese final. Es un cambio de mentalidad que incomoda, pero que también abre oportunidades.
El enfoque inclusivo es, sin duda, su rasgo más disruptivo porque reconoce a los recicladores de base como actores estratégicos del sistema productivo y no como un “daño colateral” de la mala gestión de residuos. Esto genera debate, porque obliga a municipios, empresas y consumidores a convivir con una economía más justa, donde la sostenibilidad también se mide en empleo digno, formalización y reconocimiento social que han merecido los recicladores.
Otro punto clave es la responsabilidad extendida del productor lo cual, en términos simples, trata de que la empresa, industria o comercial que ponga un producto en el mercado no puede desentenderse de él cuando se convierta en residuo. Este principio cambia las reglas del juego para industrias acostumbradas a externalizar costos ambientales, lo cual pudiera verse como una carga económica que puede reflejarse en sus costos de producción; sin embargo, para visionarios, esto podría representar una oportunidad para innovar, diferenciarse y ganar legitimidad frente a consumidores cada vez más informados.
La Ley Orgánica de Ecomía Circular también incomoda al consumidor, ya no basta con “tener la buena intención” de separar en la fuente, o de entregar residuos a gestores ambientales, ahora, el adoptar hábitos responsables pasa a ser una obligación, lo cual no es nuevo y existe históricamente evidencia de legislación nacional y local al respecto, pero el acto de separar en la fuente por ejemplo jamás ha sido aplicado, controlado o menos aún sancionado. Esto abre una conversación incómoda pero necesaria: la sostenibilidad no es solo tarea del Estado o de las empresas, también es una decisión diaria en casa, en la oficina y en las instituciones educativas.
Entonces, la gestión unifamiliar pasa a ser de vital importancia para aprovechar de mejor forma los materiales y bienes que usamos en casa, lo que nos invita a aplicar efectivamente estrategias de corto plazo que permitan reducir la cantidad de nuestros desechos y mejorar la calidad de los mismos. Estrategias como rechazar productos que no son necesarios para nuestro hogar influyen en muy corto plazo en la reducción de los desechos y en la economía de nuestro hogar, o reducir lo mas que nos sea posible el consumo de energía también puede evidenciarse directamente en nuestras facturas por este servicio e incluso volver a tomar las buenas costumbres de nuestros padres y abuelos al reutilizar un producto descartado que aún está en buenas condiciones y cumple su función original, nos puede ahorrar unos dólares y ser agentes de lucha en contra de la obsolescencia programada.
Desde una mirada estratégica, la norma apuesta por el ecodiseño y la educación, no se trata solo de gestionar residuos existentes, sino de evitar que se generen por lo que se evidencia una enorme ventana para estudiantes, investigadores y profesionales: nuevas carreras, proyectos de innovación, emprendimientos circulares y líneas de investigación que conectan ambiente, economía y tecnología.
Sin embargo, la ley no está exenta de controversia. Su aplicación depende en gran medida de reglamentos, normas técnicas y capacidades institucionales que aún están en construcción, el fortalecimiento técnico e institucional a los GAD's Municipales es una deuda también, por lo que existe el riesgo de que la economía circular se quede en el papel si no se acompaña de incentivos reales, financiamiento accesible y control efectivo. La pregunta incómoda surge de inmediato: ¿estamos listos para cumplir lo que la ley promete?
Para los gobiernos locales, el reto es enorme. La norma les asigna un rol protagónico en la gestión inclusiva de residuos, la recolección diferenciada y el cierre de botaderos. Esto exige planificación, recursos y voluntad política. La economía circular, aquí, deja de ser un concepto académico y se convierte en una prueba de gobernanza territorial.
Desde el sector productivo, la ley puede verse como una amenaza o como una ventaja competitiva, creo personalmente que las empresas que entiendan temprano la lógica circular podrán anticiparse, reducir costos a largo plazo y acceder a nuevos mercados, pero las que se resistan, probablemente enfrentarán sanciones, pérdida de reputación y presión social creciente; lo que a su vez puede representar también una oportunidad para estudiantes y jóvenes profesionales, porque esta normativa más que una ley ambiental, es un mapa de oportunidades. Consultoría, auditoría, gestión de residuos, innovación social, diseño sostenible y políticas públicas son solo algunos de los campos que se fortalecen con este marco legal por lo que entender la ley hoy, es posicionarse mejor para el mercado laboral del mañana.
En síntesis, la Ley Orgánica de Economía Circular Inclusiva no es perfecta, pero podría llevar el título de valiente. Propone un modelo donde la economía deja de crecer a costa del ambiente y de las personas más vulnerables. Genera debate, exige cambios y obliga a salir de la zona de confort y justamente por eso vale la pena leerla, discutirla y, sobre todo, aplicarla porque la economía circular no es el futuro: es el presente que estamos construyendo, nos gusto o no.
EPMJ
